Fuimos testigos de una transformación. Vivimos cómo el arte toma el cuerpo de un abuelo de más de ocho décadas, se transforma en su alma y lo vigoriza…
Poco a poco, don Isidro con Wong pierde el tono de voz cansón y desgastado de quien lleva 86 años en este mundo y está recordando sus primeras memorias para dar paso a un vocerón fuerte, decidido y más acorde al de un adolescente; de esos que defienden sus ideas, celebran sus victorias y demuestran que aún tienen mucho por delante.
La narración histórica cede para dar paso a una emoción indescriptible, adiós a los años mozos en Cantón, Macao o Hong Kong, adiós a la muchacha turca de ojos verdes que por poco lo hace quedarse en Asia, adiós a la revolución china, las persecuciones, las tardes de verano en las calles de la ciudad, a ese idioma tan cercano como lejano…
Esa voz fuerte, decidida, se roba el relato de un abuelo, arrebata los recuerdos y le da paso a la brisa de mar. Al sol, también fuerte, cayendo sobre el puerto, al aire, a ese calor puntarenense y a los potreros infinitos. Las olas que surca el pescador se mezclan en medio de montañas, paisajes propios, únicos, mágicos, el universo de Isidro con Wong… ese mismo que lleva más de 45 años descubriendo que los peces vuelan y los toros trepan árboles…
La conversación fue eso mismo: un ir y venir de memorias entrelazadas, una ópera prima para nuestra sección de semblanzas, en la que el experimentado pintor fue plasmando sus ideas y explicando que esos peces, toros y mangos que hemos visto una y otra vez, más allá de miles de dólares de valor, son su vida, su alma… y la de Costa Rica.
Isidro con Wong es uno de los pintores costarricenses más reconocidos, sus obras han sido expuestas en todos los continentes y ha sido galardonado en múltiples ocasiones. Cuenta con la Distinción de Honor Princesa Carolina de Montecarlo y es Miembro de Honor de la Academia Europea de Ciencias, Arte y Letras, en Nice, Francia.
Su estilo original, reconocido como “El mundo mágico de Isidro Con Wong” es además empírico, don Isidro nunca llevó una sola lección de arte, pero lo sentía en las venas, incluso desde muy niño. Se auto-reconoce como un baúl que va guardando recuerdos y siente que todo se resume en: “como que Dios me dio ese don… vaya, esa va a ser su universidad”.
Isidro Con Wong no reconoce mentores ni referentes, no es una cuestión de orgullo, sino una certeza:
“No hay nada, ni Picasso; Picasso era Picasso y Con Wong era Con Wong… ¡Con Wong era de Costa Rica, Picasso era español!
No necesitaba una escuela porque la escuela estaba ahí, era un realismo, una realidad mágica… fantástica, todo era fantástico… el sol, la luna, los ríos, las montañas… Es nuevo, yo no pintaba como en Europa o París, no… ¿Usted ha visto algo así antes? No, porque es nuevo…” aseguró el artista.
Su obra se basa en sus vivencias; la inspiración viene del día a día… De esas largas jornadas como pescador o de los potreros infinitos en sus fincas donde los animales eran sus amigos.
“Puntarenas era una finca, yo de niño le jalaba el rabo a los terneros, desde chiquitillo… El toro para mí es un amigo, es como, hay personas que les gustan los perros, los gatos, a mí me gustan los toros. Yo les jalaba los cachos… ellos sienten, solo falta que hablen. Jalaba las orejas, la cola, les tocaba el lomo y no me hacían nada.”
Con Wong inició formalmente en el arte pasados los 40 años luego de una amplia experiencia de trabajo en el campo y en el mar. Decidió enfrentar, en la década de los 70’s, los designios de su padre, dejar de lado el trabajo tradicional y darle rienda suelta a su pasión.
“Como decía mi padre, pintar, ser artista o compositor, se mueren de hambre… ¡No importa! ¡Yo tengo hambre de pintar! Él no creía que podía vivir de eso… yo digo, gracias a Dios que tuve un papá tan sincero y tan bueno, un hombre correcto, educado… ”
Una pasión que lo puso a volar sin que él se diera cuenta y que mantiene una llama en su alma difícil de apagar. Las ganas de pintar y esa sed de nuevas obras se mantienen como si fuera el primer día que tomó un pincel.
“La creatividad tiene que nacer, yo lo veo en mi alma, en mi corazón porque anduve durante toda mi vida y soy como ese baúl de los recuerdos. Esos sentimientos los iba plasmando en mis obras. Llegué a plasmar toda la finca… Casi que creo que ya tengo un cuadro al iniciar, soy como los poetas, que ya saben lo que van a sentir. Yo creía mucho en jesucristo y sentía que él me ayudaba, me ponía la mano y me decía: ‘pinte’… Esa fue mi escuela”.
Don Isidro le resta importancia al valor de sus obras en la actualidad y aunque está consciente del peso de su nombre en el mundo artístico internacional, no es un tema que le desvele. Él pinta para saciar sus ganas de arte.
“No me daba cuenta, yo caminaba y hacía esto y lo otro… por supuesto que no era fácil introducir una pintura tan buena, tan diferente. Si uno tiene hambre come, siempre tengo hambre de pintar, sed de pintar… Sed de expresión, de sacar todo lo de adentro. Nunca dejé de ser yo, no, no… nunca me interesó lo que otros decían”
Eso sí, recuerda con un humor aquellos dibujos que hacía y vendía en las calles de Hong Kong. Recibía unos 3 o 4 dólares por ellos, muy distante a los miles de dólares en que se cotizan sus principales obras. Pero ningún precio es relevante cuando se trata del alma de un país…
“Costa Rica tiene personas que pueden ser embajadores culturales del país, yo soy un embajador cultural y ¡qué viva el arte! Yo moriré diciendo eso: ¡qué viva el arte!
Costa Rica debe colaborar con los artistas, hay muchos artistas buenos, el arte es el alma de un pueblo… es lo que más vale, no es un banco de dinero, es un banco de amor, de esperanza, de luz, de futuro. ¡Un futuro brillante!
La Antesala
Y es que la vida de Isidro Con Wong está llena de aventuras, su alma, la pintura que llena a Costa Rica y el mundo, se debe a muchos más lugares que el Puerto Puntarenense.
Desde que conocemos de él, no podíamos sacarnos de nuestra cabeza qué sería de Con Wong y su obra si hubiera iniciado formalmente desde joven, luego de una conversación de más de una hora lo tenemos clarísimo. Si don Isidro hubiera iniciado a pintar desde niño o joven, su obra, como la conocemos, no existiría.
Cuando nos reunimos en Bogarte, una nueva galería en Plaza Antares donde pueden disfrutar de 40 obras de Con Wong hasta el próximo 15 de noviembre, don Isidro parecía reacio a contar sobre su infancia y sus años de juventud en China, pero bastó re-preguntarle para que se extendiera en los más mínimos detalles… Un relato de abuelo, de historia que se va reviviendo ante sus ojos conforme las palabras salen de su boca.
Luego de su infancia en Puntarenas, migró en su juventud hacia China. Imaginen la década de los años 40’s y un joven Isidro junto a su familia viajó hacia San Francisco en Estados Unidos para, luego de un descanso de un par de días embarcar hacia Hawaii y luego China.
Llegaron en un mal momento, ingresando por el río Amarillo y justo en la revolución china. en poco tiempo pasaron de una aventura familiar a una huída hacia Hong Kong y Macao… Finalmente se radicó en Hong Kong donde tuvo la posibilidad de estrechar lazos con locales y otros emigrantes europeos y de asistir como oyente a múltiples clases de secundaria. Pero su corazón, su alma siempre estaba al pendiente de Costa Rica.
“Yo anhelaba ver mi Puntarenas… a mí me atrapó y nunca lo olvidaba… me iba a la playa a ver el sol y pensar, está bajando, está llegando a Costa Rica. A la vuelta, yo desde antes de llegar a Caldera sentí el calorcito y ya me sentía en casa: ‘ahora sí estoy en mi casa’” asegura.
Basta con mencionarle a don Isidro la palabra Puntarenas para que su alma empiece a volar, su voz tome fuerza, se transforme y recuerde la importancia del arte para un país.